viernes, 7 de mayo de 2010

Llanto ajeno

Un antiguo proverbio persa dice: “Lloraba porque no tenía zapatos, hasta que vi a un hombre que no tenía pies.”

No es raro que muchas veces nos sorprendamos a nosotros mismos quejándonos de situaciones que en otros lugares del mundo serían consideradas casi de auténtico lujo.
La calidad de vida es quizá una de las preocupaciones más grandes que tenemos. Mejorar es una de nuestras aspiraciones más loables, pero a veces, la realidad del otro mundo —ese que clasificamos como tercero—, nos despierta demasiado deprisa del sueño de nuestro mundo dorado.
Escribí un texto como introducción a uno de los programas de Santanyí Radio, Punt de Trobada (Punto de encuentro), después de una de las grandes hambrunas que regularmente azotan parte
de nuestro planeta.
Fueron unas breves líneas, breves pero escritas desde el fondo de un corazón en aquellos momentos ahogado por las lágrimas.
Siempre las he conservado y por desgracia no han envejecido, por desgracia siguen de actualidad. Dicen así:

“Hoy no soy capaz de robar un segundo al tiempo sintiendo lástima de mi mismo. Hoy te vi llorar a ti con el corazón encogido por el dolor, el dolor de ver como tu hijo murió la pasada noche de hambre.
Murió sin que el destino le diera ninguna oportunidad, volvió a irse así como vino, en silencio, así como vienen y van los ángeles, de puntillas.
Tus ojos derramaban las pocas lágrimas negras que te quedaban, al tiempo que unas manos blancas, de algún cooperante, te arrancaban aquel pequeño cuerpo de entre los brazos.
En tus ojos, ni rabia ni soberbia, tan siquiera denotaban lucha, únicamente resignación y dolor, dolor y más dolor.
Quise unir el mío al tuyo, de hecho lo conseguí. Por eso lloré; lloré mientras vaciaba los restos de mi plato de la cena en el cubo de basura”.

Leído de esta manera, en frío, puede parecer un texto duro, pero la verdad es que todos nos hemos encontrado alguna vez superados por los desastres que llegan a nosotros a través de las noticias y de las imágenes de la televisión, de sopetón, siempre sin respetar ni nuestra felicidad, ni nuestra angustia. Todos tenemos en la memoria grandes desastres naturales, grandes atentados, guerras inútiles, hambre, violencia, sangre entre hermanos, países devastados.
Lo único positivo que podemos encontrar después de cada episodio triste que sucede en nuestro mundo, más lejos o más cerca, es la de la raíz que nace y que cada día es más gruesa y esta mas afianzada.
Es la raíz de los que han decidido que vale la pena ayudar a los demás, que vale la pena luchar porque algún día la utopía se convierta en realidad.
Para que esta raíz siga creciendo y volviéndose más fuere, únicamente hace falta que nos concienciemos que cada uno de nosotros también podemos intervenir, que nuestro granito de arena es fundamental para ayudar en el triunfo, un día no muy lejano, de la solidaridad.



"Por la calle vi a una niña hambrienta, sucia, temblando de frío.
Me dio tanta rabia que levante la voz contra Dios y le dije: —¿Por qué permites estas cosas? ¿Por qué no haces algo para ayudar a esta pobre niña? ¿Por qué no haces algo para evitarle el sufrimiento que está padeciendo?
A lo largo de un buen rato, Dios guardó silencio. Durante muchas horas no habló.
Pero aquella noche, cuando menos lo esperaba, cuando ya había olvidado a aquella niña, Dios respondió a mis airadas preguntas:
—La realidad es que sí que hice algo. Te hice a ti."

Texto y foto; Miguel Adrover Caldentey

miércoles, 5 de mayo de 2010

La amistad

A veces, las situaciones nos vienen dadas por compartir el camino juntos, por recorrer una senda del destino junto a otras personas, tener que compartir situaciones que a veces no son las deseadas ni las deseables.


Durante este caminar juntos, durante estas etapas en las que debemos compartir con otra persona tiempo y espacio a veces se producen situaciones tensas, fricciones.

Una de las veces que he disfrutado de la compañía de Jorge Bucay, mientras lo entrevistaba para la emisora de radio donde yo trabajé, me contó esta historia, luego la incluí en “Cuentos de Sabiduría”

…cuenta una leyenda árabe que dos amigos viajaban juntos por el desierto. Después de unos días de caminar sobre la arena seca y de padecer inclemencias y sed, las relaciones entre ambos empezaron a tensarse hasta que discutieron.
La discusión fue a más hasta que uno de los dos perdió los nervios y dio un puñetazo al otro.
El que había recibido el golpe, se alejo unos pasos, y tomando una rama seca, escribió en la arena. “Hoy mi mejor amigo me ha golpeado en la cara”
Después de calmarse los ánimos continuaron juntos el camino. A los pocos días llegaron a un frondoso oasis donde abundaba el agua, en ese oasis había una pequeña laguna donde decidieron darse un refrescante remojón.
El agua, en el lugar elegido para bañarse, resultó tener más profundidad de lo que pensaban, y el que había recibido el puñetazo, que no sabía nadar, estuvo a punto de ahogarse. Únicamente la ayuda de su amigo posibilitó que se salvara.
Cuando recuperó el aliento, el que había visto la muerte tan cerca, sacó una daga y empezó a grabar sobre una roca. “Hoy mi mejor amigo me ha salvado la vida.”
Su compañero, intrigado, le preguntó:
—¿Por qué, después de herirte con un puñetazo escribiste en la arena, y ahora que te he salvado lo haces sobre la piedra?
Sonriendo el otro contestó:
— Cuando un amigo nos ofende, debemos escribir las palabras sobre la arena, donde el viento del olvido y del perdón se encargaran de borrarlas y de apagar el rencor; cuando nos pase algo grande, cuando seamos objeto de una demostración de amistad como ahora, las palabras debemos grabarlas en la piedra del corazón, donde ni viento ni tempestad podrán nunca borrarlas.

Recuerda, querido lector, que se necesita sólo un minuto para fijarte en alguien, una hora para que te guste, un día para poderlo amar, pero es necesaria toda una vida para poder olvidarle.

Texto; Extracto del libro Cuentos de Sabiduría (Miguel Adrover Caldentey)
Foto; Miguel Adrover con Jorge Bucay

martes, 4 de mayo de 2010

la tierra perdida

Mimetizan las heridas de la carne

destiñendo tú alma con azufre,
paredes reflejando el blanco de la cal
estepas chamuscadas de invernal helada.

Asoman hurones de extraños pedregales
extienden toallas de arena rebozadas
esencias y olores de aceites de lejanos países
te roban el aliento cuando caen las últimas luces.

Niños al son de chillidos osados
corriendo con el agua hasta las rodillas
mezcladas con extraños ruidos
imperativos al viento lanzados y arrastrados.

Desnudez de piel roja cocida, Sol hirviendo
marejadas de cuerpos en el suelo tendidos
lagartijas sobre piedra por el Sol calentada
tierra por Dioses bendecida, por hombres prostituida.

Pasos entre márgenes, pinares y majadas perdidas
olivos, almendros, higueras y murtones,
caminos empedrados con sudor de nuestros mayores,
tierra mal vendida, a trozos, cuarteradas y cuartones.

Canciones de campo, de la siega, de labranza
acalladas por ritmos de modernos transistores
“vestids al ample”, “balls de bot i de pagès”
en un cajón, por otras ropas y danzas enterradas.

Y en cada salida de un nuevo sol
alguien la ve con lágrimas recién derramadas
mirando hacia atrás, triste, de reojo
a aquella tierra que su padre, un día cultivaba.


PD: Aqui dejo un link de un artículo sobre mi por si a alguién le interesa saber algo más de "fred al cor".

http://reporterisme.wordpress.com/category/entrevistas/

teneis que clicar juste debajo de la portada del libro, donde pone "En bolas"  allí la podreís leer.

Texto y foto; Miguel Adrover Caldentey

lunes, 3 de mayo de 2010

Apuntes de viaje, Mexico

Los que me conocen saben que siempre me ha gustado viajar, estoy convencido que es una de las mejores maneras de conocer el mundo, otras gentes y a la vez de conocerse a si mismo, como ya sabéis otra de mis manías es la de escribir, cuando estoy de viaje normalmente por la noche antes de ir a dormir me siento y escribo un rato.


Estoy contando esto porque hoy revisando papeles dentro de mi oficina ha caído en mi mano una cuartilla del Holiday Inn de Hermosillo, México, una ciudad que tuve el placer de conocer gracias a la boda de un amigo, una ciudad situada junto al desierto de Sonora, una ciudad llena de gente que no conocía pero que por diez días se convirtió en mi casa.

Como decía, encontré unas anotaciones hechas a mano en las que escribí. “Hermosillo, no se de donde proviene su nombre pero si se que es el más acertado, hermosas son sus calles, hermosas sus plazas, hermosos sus edificios, hermosos sus monumentos, hermosos sus comerciales, hermoso se levanta Cerro Campana, pero donde realmente se ve la hermosura, donde lo hermoso se torna bello, es en el corazón de sus gentes.

Gente sencilla, como de andar por casa, pero que por ti harían que el sol antes se levantara, gente que sin preguntar te ofrece lo que tiene y lo que no tiene, gente que cuando se presenta o te presenta ya añade a tu nombre el apelativo de compadre, gente que comparte y que no roba tiempo al tiempo, sino que lo disfruta contigo.”

Cuento esto porque guardo preciosos recuerdos de mis dos visitas a México, cada vez, tanto como turista como viajero, he encontrado gente muy diferente a la que diariamente encontramos en nuestro camino, gente amable de corazón abierto y que no temen mostrarte sus sentimientos, gente que disfruta de sentarse a hablar, gente a la cual todavía le interesa relacionarse, compartir su tiempo, gente que todavía no ha sucumbido a la locura del, como dice J.J. Benitez en algunas de sus obras, tonto del tic-tac.

Eso me ha servido para hacer un poco de reflexión de nuestro cotidiano vivir, ya se, no importa que os adelantéis y me digáis que las leyes establecidas no se pueden cambiar, como decía creo que estamos perdiendo un tiempo maravilloso en aras de intentar aprovecharlo al máximo sin prestar atención a los demás ni a lo que nos rodea.

A pesar de la obligación cotidiana que nos pueda representar el trabajo, nuestros deberes sociales y todo lo que tú quieras, hay muchos momentos en los que podemos actuar diferente de como actuamos, hay miles de situaciones que nos pasan desapercibidas y a las que no prestamos atención que nos endulzarían un poco la vida, sabéis, es como aquel relato tan breve pero intenso que dice “durante la noche paso un ángel dejando unos granos de azúcar sobre los labios de los que dormían, pero solo se enteraron los que al despertar se besaron”.

Quiero intentarte hacer comprender que no por ir más deprisa llegaremos más lejos, disfruta de los tuyos, de tus amigos, de la gente a la que quieres y que te quiere, ten siempre un momento para compartir, no seas egoísta de ti mismo, veras que es mucho más fácil de lo que parece. Aunque el caparazón que hemos creado para auto defendernos vistiéndonos de insensibles pueda parecerte una prenda totalmente insustituible ya veras que es mucho más fácil ir arropado por el placer de compartir, de emocionarte, de preocuparte con los demás, sintiendo, hablando compartiendo algo que la naturaleza nos ofrece cada día sin fin, el tiempo. Fíjate que he dicho el tiempo, pues nos hemos acostumbrado a decir, nuestro tiempo, y creo que únicamente se nos ha dado para que lo disfrutemos, no para que nos lo adjudiquemos en propiedad.

Quizá sea una manera de mejorar en algo nuestras relaciones con los demás, sabéis, si te paras a pensar seriamente en las personas que tratas diariamente pero que no son de tu circulo de amistades más cercanas o de la familia, muchas veces no sabes nada de ellos, realmente no conoces más que su caparazón.

A lo mejor si todos pusiéramos un poco de nuestra parte podría ser más fácil convivir.

Texto y foto: Miguel Adrover Caldentey