viernes, 11 de junio de 2010

Las tres gotas

El alba pasó una mañana junto a una camelia en flor, en ese momento escuchó como tres gotas de agua, claras como el cristal más puro, pronunciaban su nombre.


Se acercó a ellas y posándose en el corazón de aquella flor, les preguntó con voz dulce:

—¿Qué deseáis de mí, gotas brillantes?

—Nos gustaría que fueras tú la que nos ayudara a resolver una cuestión —dijo la primera gota. Somos tres gotas diferentes, reunidas aquí por el destino, pero procedemos de lugares muy distintos. Quisiéramos, que desde tu reconocida imparcialidad, nos dijeras cuál de nosotras es la más valiosa y cuál la más pura.

De acuerdo, acepto lo que me pedís; habla tú, gota brillante, te escucho —dijo el alba.

Y la primera gota de agua, con la voz clara y segura de si misma, dijo así:

—Yo vengo de las altas nubes; soy hija de los grandes mares, nací en la inmensidad del océano. Después de viajar arrastrada por las olas de mil tormentas, me absorbió una nube. Fui lanzada a las alturas, allí donde brillan las estrellas. Desde ese lugar, caí entre truenos y relámpagos de tormenta hasta llegar a la flor en la que reposo ahora.

Yo representó los océanos.

—Habla tú, gota brillante —dijo el alba a la segunda.

—Yo soy el rocío trémulo sobre los lirios y las flores; soy hermana de la luna; soy hermana de las tinieblas que se forman cuando llega la noche. Yo me muestro por la mañana, represento el despertar, el nacer de un nuevo día. Soy parte de la atmósfera.

—¿Y tú? –preguntó el alba a la más pequeña de las tres.

—Yo nada valgo.

—Habla, dime de dónde vienes.

—De los ojos de una madre. Soy una lágrima.

—Esta es la de más valor, esta es la más pura —sentenció el alba.

—Pero, yo fui océano.

—Y yo atmósfera.

—Sí, trémulas gotas. Pero ella, ella fue corazón. Y el alba desapareció por la región azul de la mañana hacia su destino, llevándose con ella aquella humilde gota de agua nacida en un corazón de madre.



Texto y foto; Miguel Adrover Caldentey

(Extracto del libro; Cuentos de sabiduría)

jueves, 10 de junio de 2010

El carro vacío

El convivir diario nos demuestra que no siempre los que más hablan son los que más saben. Comprobar esto no es muy difícil.

Es suficiente que nos paremos a escuchar las discusiones en lugares públicos, en cualquier lugar concurrido.
Rara es la vez en la que no podamos observar como alguien interrumpe a los demás con mala educación. Alguien que tiene una salida de tono o que levanta la voz, o que tiene una reacción violenta, alguien que se hincha al presumir de lo que posee, alguno que se siente prepotente o alguien que desprecia a los demás.
En momentos así, recuerdo siempre aquella historia que no por corta es menos cierta.



Un padre, paseando con su hijo, se paró cerca de un recodo del camino. Después de un silencio le preguntó:

—¿Escuchas algo?

Prestando más atención, el hijo respondió:

—Parece que viene un carro.

—Efectivamente, se acerca un carro vacío.

El niño se sorprendió ante tal aseveración de su padre.

—Como puedes saber que viene vacío si todavía no podemos verlo.

—Muy fácil, cuanto más vacío vaya el carro, más ruido producen sus llantas al rebotar en el camino.


Texto y foto; Miguel Adrover Caldentey
(Extracto del libro; Cuentos de sabiduría)

miércoles, 9 de junio de 2010

"Esto no es posible"

—Al iniciar tu camino entrarás en una puerta con una frase escrita en ella —dijo el maestro a su discípulo— Cuando la encuentres, vuelve y dime lo que en ella está escrito.

El discípulo se entregó en cuerpo y alma a la búsqueda. Cuando consiguió encontrar la puerta, volvió donde estaba el maestro.

—Ya pude leer la frase que al inicio del camino esta escrita.

—Y que es lo que dice.

—"Esto no es posible".

—Y donde estaba escrito, en la pared o en la puerta.

—En la puerta.

—Entonces vuelve allá, pon la mano en el picaporte y ábrela.

—Pero es que dice…

—Hazlo.

El discípulo obedeció al maestro y cuando empezó a abrir la puerta, como aquella frase estaba escrita en ella, se desplazaba con ella.
Con la puerta completamente abierta, la frase ya no podía leerse, y el discípulo pudo continuar su camino.

Realmente el cartel en la puerta que reza “Esto no es posible” será uno de los que encontremos constantemente en nuestro camino. Estos son carteles que dejaron clavados los que antes que nosotros hicieron el camino y no pudieron abrir la puerta, o no se atrevieron a abrirla.

El proverbio árabe dice: “Un hombre es sabio mientras busca la sabiduría; si llega a pensar que la ha encontrado, se convierte en idiota”.



Texto y foto; Miguel Adrover Caldentey

(Extracto del libro; Cuentos de sabiduría)

martes, 8 de junio de 2010

El parto de la ánfora

Todos conocemos historias de timos, todos estamos sobre aviso, pero, hoy en día, siguen existiendo en la calle. Los vemos anunciados en periódicos, en medios de comunicación, en Internet, se presentan en formas de hechiceros, de chamanes, de sanadores, de príncipes de exóticos países, de agentes inversores, de mil maneras, siempre con el mismo objetivo, hacernos creer que somos una especie de elegidos por haber topado con ellos, ya que serán capaces de solucionar todos nuestros problemas, ya sean personales, económicos, sociales, financieros y hasta los que la medicina no puede sanar.
Siempre terminaremos odiando nuestra ingenuidad al descubrir que la verdadera razón de su cercanía, es la de apropiarse de un modo fácil de nuestro dinero.

La siguiente historia trata sobre esta situación de una manera muy significativa y a la vez muy ilustrativa.



Una tarde, aquel hombre recién llegado al barrio, pidió prestada una olla a su vecino, ya que según él, le hacía falta urgentemente. El vecino no era, precisamente, uno de los más solidarios de la zona, pero la insistencia de aquel hombre y el hecho de ser un recién llegado al vecindario y además, el vecino más cercano, hizo que se encontrase prácticamente obligado a prestársela.

—Únicamente será por un día, no te preocupes amable vecino.

Pasó que al cabo de cuatro o cinco días, todavía no le había devuelto la olla, esta situación le tenía preocupado, por lo que decidió acercarse a casa de su nuevo vecino a reclamarle lo que era suyo, decidido a cantarle las cuarenta, como vulgarmente se dice, si fuera necesario.

Cuando le abrieron la puerta, el vecino no mostró sorpresa alguna al verle, es más, casi parecía estar esperando su visita.

—Quería devolvértela hoy o mañana a más tardar, te la hubiera llevado a casa antes, pero es que el parto fue tan difícil.

—Parto, ¿Qué parto?

—¿Qué parto va a ser? El de la olla.

—¿Qué? —Preguntó totalmente asombrado aquel hombre, que

cada vez iba entendiendo menos cosas.

—O no sabías que la olla estaba embarazada.

—¡Embarazada! —No entendía nada.

—Si, la misma noche en que me la llevé tuvo descendencia. Fue un parto difícil, por eso ha debido guardar reposo unos días, pero no te preocupes, ya está completamente recuperada, fue muy valiente. Espera un segundo.

Y entrando en casa fue a buscar la olla, a los pocos segundos volvió a salir con ella, una jarrita y una pequeña sartén.

—Esto no es mío —dijo el que se la había prestado—, únicamente la olla me pertenece.

—Ah no, si la madre es vuestra, justo es que las hijas también.

El propietario de la olla, al ver la decisión de su vecino, y pensando que podía estar aquejado de cualquier tipo de locura, o que sencillamente era tonto, pensó que sería mejor seguirle la corriente, no fuera cosa de que llevándole la contraria se pusiera nervioso, o quizá furioso.

A pesar de sus reticencias, cogió la olla, la jarrita y la pequeña sartén y volvió con las tres piezas a casa.

Al cabo de unas semanas, el mismo vecino volvió a aparecer por su casa, solicitando por favor que le prestara un destornillador y una prensa, que necesitaba para hacer una estantería que tenía empezada, ya que sin ambas piezas no podía terminar. El dueño no supo que excusa ponerle para decirle que no, por lo que finalmente accedió a prestárselas.

Pasó casi una semana hasta que el vecino volvió a devolvérselas, aunque consigo llevaba también una canastilla.

—El destornillador y la prensa se han liado juntos, lo siento, supongo que fue un descuido mío, pero durante estos días ella quedó embarazada y he aquí su descendencia, —y levantando la tapa de la canastilla le enseñó un buen puñado de puntas, alcayatas y tornillos.

El vecino que le había prestado las herramientas volvió a pensar,

—Está loco como una cabra, está como una regadera, estaría mejor encerrado—, pero como siempre viene bien tener alcayatas, tornillos y puntas en casa, alargó la mano, y lo cogió todo.

No habían pasado muchos días cuando volvió para pedirle prestado un pico, tenía que cavar y lo necesitaba para romper unas piedras.

A la semana, cuando se lo devolvió, venía acompañado de dos martillos.

—Tuvo gemelos —dijo.

Y así fue sucediendo con cada objeto, con cada herramienta, con todo lo que le pedía prestado, cada vez al devolvérselos, había descendencia añadida.

Llegó un momento que ya no pedía explicaciones, únicamente esperaba que llegara de nuevo para ver qué le pediría esta vez, o mejor dicho, para ver qué sería lo que le devolvería.

Un día, llegó a su puerta y le dijo:

—Apreciado vecino, ya se que abuso mucho de ti, pero, ¿te sabría mal prestarme esta ánfora de oro que tienes sobre la mesa? no te preocupes, será únicamente por una noche.

Se le iluminaron los ojos al pensar en lo que recibiría cuando se la devolviese, como mínimo unos anillos y una pulsera de oro, quizá también una gargantilla.

—Faltaría más, buen vecino. Y si tienen que ser dos noches, ya sabes que no tienes porque preocuparte, ve tranquilo—, le dijo entregándole el ánfora.

Paso el tiempo, cinco, seis días, una semana, diez días y el ánfora no había sido devuelta, aquel hombre ya no podía más. Decidido, se fue a casa del vecino:

—Y mi ánfora.

—No me atrevía a venir porque no tengo palabras para explicarte mi dolor. No sabes cuánto siento su muerte, no pudo resistir el parto, por un momento creí que lograría salir adelante, hicimos todo lo que estaba en nuestras manos. Te prometo que luchamos para que se salvara, pero no hubo nada que pudiéramos hacer.

Y el hombre estalló, —Te has creído que soy tonto, no hagas que me enfade, como quieres que me crea que el ánfora de oro estaba embarazada y que murió durante el parto —dijo gritando ya.

—Mira vecino, has aceptado el embarazo, parto y descendencia de la olla, la boda y los hijos del destornillador y la prensa, los gemelos del pico y todos los demás aumentos de familia que se han producido cuando me has prestado algo, ¿por qué no ibas a aceptar ahora la muerte durante el parto del ánfora?





Texto y foto; Miguel Adrover Caldentey

(Extracto del libro; Cuentos de sabiduría)

lunes, 7 de junio de 2010

Sucedio en Nepal


Era Paulo Coelho el que contaba una anécdota que le sucedió a Isabella:




En Nepal, en un monasterio dedicado a la meditación, en un lugar donde la tranquilidad estaba presente en todos los rincones, en cada espacio y en cada momento, una tarde paseando con un monje…

…se sorprendió cuando aquél se detuvo, de entre sus hábitos saco una bolsa y la abrió, dedicando largo tiempo a observar lo que había en su interior hasta que levantando la cabeza, miró a Isabella

y le dijo:

—Sabes que los plátanos pueden enseñarte el significado de la existencia.

Luego de la bolsa, saco un plátano tan maduro que estaba echado a perder.

—Esta es la vida que ya pasó, no fue aprovechada en el momento adecuado y ahora es ya demasiado tarde.

Después del interior de la misma bolsa, cogió un plátano completamente verde, sin madurar todavía.

—Esta es la vida que está por venir, necesita esperar todavía.

De nuevo de la misma bolsa extrajo un plátano en su punto de maduración, lo peló y lo compartió con ella.

—Esta, amiga mía, es la vida en el momento presente, y el momento presente siempre tenemos que saber aprovecharlo, devorarlo si es necesario, sin miedo y sin culpa.



Texto y foto; Miguel Adrover Caldentey