sábado, 21 de agosto de 2010

Viaje interior 2 (La tormenta)

La madrugada del jueves al viernes, a eso de las cuatro de la mañana, un trueno me despertó, poco después, por el resquicio de la ventana pude contemplar el resplandor de un nuevo rayo, entonces decidí levantarme deprisa, montar la cámara en el trípode, salir al patio y realizar una sesión de fotos.

Mientras las hacía mi mente se lamentaba de que estuviera disfrutando de tan esplendido espectáculo a solas, creía que si pudiera compartir esos momentos con otra gente, ellos también se podrían beneficiar de la belleza espectacular del cielo iluminado que yo estaba viendo.


La tormenta fue pasando, poco a poco las lejanas nubes derivaron hacia el este y el cielo estrellado fue ganando terreno, y yo, con una enorme sonrisa, me volví a refugiar en mi cama, todavía podía dormir un rato antes de tener que ir a trabajar.

Cuando pasé las fotos al ordenador, como es de suponer, había gran parte de ellas que eran inservibles, solo algunas reflejaban la espectacularidad de la tormenta, pero mi mente seguía recordando cada momento de esa hora y media con deleite, había disfrutado al contemplar la magia del cielo iluminado, había disfrutado de sentir la brisa fresca de la madrugada, había sido un enorme placer contemplar ese espectáculo de la atmósfera.

Entonces me di cuenta de cuan equivocado estaba en mis pensamientos de la noche anterior, ya que si hubiera llamado a la gente de mi alrededor para compartir esos momentos les hubiera inducido a acompañarme a una acción que había elegido yo, y probablemente no era la suya. Que a mi me llenaba, pero quizá a ellos les hubiera significado un esfuerzo.


Probablemente, de haber tenido la oportunidad de avisar a los que me hubiera gustado vieran esa tormenta, muchos habrían optado por seguir durmiendo, unos porque les hubiera significado un esfuerzo el levantarse de madrugada, otros quizá necesitaban esas horas de sueño, otros porque las tormentas les daban miedo, unos cuantos, probablemente la mayoría, porque encontrarían una autentica chorrada levantarse a las cuatro de la mañana para hacer unas fotos.

Otros, en cambio, se hubieran levantado sin ganas para complacer mi deseo, no el suyo, luego, alguno habría esbozado una queja porque la cadencia de los relámpagos era lenta, otros porque, a pesar del calor diurno, de madrugada refrescaba y no le había dado tiempo de abrigarse, y probablemente de entre esos pocos, pronto se escucharía el deseo de volverse a la cama,



Quizá alguno hubiera disfrutado del momento, aunque yo en ese instante ya estaría dudando si ese placer era real, o si lo estaba imaginado, pues probablemente ya me habría dado cuenta de que esa era mi tormenta, esa era mi decisión, ese era mi momento.


Entonces comprendí que lo que a mi me llena, lo que a mi me gusta, lo que a mi me atrae, probablemente a otra mucha gente de mi alrededor les atraiga, les guste, les llene, pero no por ello debe hacerse conjuntamente, ni en el mismo momento, ni en el mismo instante, si no, que cada uno debe disfrutar de su tormenta, de su sueño, de su momento.



Texto y fotos; Miguel Adrover Caldentey