Para poder disfrutar de ella y evitar las aglomeraciones propias de iglesias grandes fui a una pequeñita, la del pueblo que me vio nacer, s’Horta, allí me lleve la agradable sorpresa de que además se habían recuperado antiguos elementos para esa celebración, la figura de un niño vestido de antiguo capellán quita el protagonismo al cura para realizar el sermón de la “Calenda” mediante el cual traslada a todos los habitantes del pueblo la buena nueva del nacimiento de Jesús y se encarga por medio de sus palabras de trasmitir el mensaje de alegría, paz y felicidad entre los vecinos, declarándolo como el verdadero espíritu navideño.
El Canto de la Sibila (el Cant de la Sibil•la en catalán) es un drama litúrgico que proviene de un acróstico griego del siglo IV que posteriormente San Agustín tradujo y adapto, y que todavía en la actualidad se interpreta en la misa del Gallo en las iglesias de Mallorca cuya tradición al completo se ha recuperado en s'Horta.
La Sibil•la (como se denomina en su Mallorca originaria) es un canto profético que enriquece los maitines de Navidad, antes de la liturgia eucarística. Proviene de un acróstico griego del siglo IV, que posteriormente San Agustín tradujo al latín, incluyéndolo en su conocido libro La ciudad de Dios.
A partir del siglo X ya se puede encontrar el texto de La Sibila en diferentes lugares del Mediterráneo y, aunque inicialmente se cantaba en latín, a partir del siglo XIII se tienen documentadas las primeras versiones en catalán.
Con la conquista, se incorporó La Sibila con la liturgia romana y el canto gregoriano a la celebración de la festividad de la Navidad en Mallorca. “Con este reconocimiento, la UNESCO hace un reconocimiento también a nuestra cultura, a la lengua propia, ya las arraigadas tradiciones de las Islas Baleares.
Después del canto de la Sibila y en motivo del inminente nacimiento del Salvador también aparece la figura del ángel anunciador, con un mensaje de paz, de esperanza para los hombres.
Un ángel blanco, inmaculado, que contrarresta la profecía apocalíptica de la Sibila, esparciendo la semilla de la esperanza en la humanidad, de la fe en los hombres y mujeres que poblamos este mundo.
Y finalmente, los pastorcillos, (chiquitines ataviados con los trajes payeses) son los encargados de realizar las ofrendas del campo mallorquín al recién nacido, eso sí, bajo la atenta mirada de sus padres, que entre orgullosos y nerviosos no les quitan el ojo de encima.
Texto y fotos: Miguel Adrover Caldentey