jueves, 22 de julio de 2010

Día de la Tierra

Durante estos días se están celebrando en la mayor parte de países actos simbólicos y concienciativos para celebrar el ya institucionalizado “Día de la Tierra”


Como siempre surge la pregunta, ¿Por qué un “Día de la Tierra”? No debería ser cada día el de la Tierra. Yo creo que sí, pero mientras no lo sea, debemos seguir recordándolo para que alguien se haga esa pregunta, quizá al hacérsela se le ocurra mirar a su alrededor y descubra que;

"Solo después de que el último árbol sea cortado.
Solo después de que el último río sea envenenado.
Solo después de que el último pez sea apresado.
Solo entonces sabrá que el dinero no se puede comer"

Decidme que soy un idealista, que sigo creyendo en utopías, que aunque quiera, nada puedo cambiar. Quizá sea verdad, pero yo no quiero creerlo, sigo pensando que si cada uno pone su granito de arena, si cada uno hace un mínimo gesto, que si cada uno cerramos un grifo o apagamos una luz encendida sin necesidad, hacemos algo en beneficio de nuestro planeta, y aunque sea por mi conciencia, he decidido comprometerme y seguir realizando las “pequeñas” acciones que estén en mi mano. Hacer oídos sordos al desaliento, y seguir proclamando que el respeto hacia el medio ambiente es necesario desde la base de las sociedades. No basta seguir quejándonos de las multinacionales que destruyen el planeta mientas nosotros seguimos comprando sus productos, hagamos algo, empecemos a forjar nuestro mañana;

"La Mejor Herencia que Podemos Dejarle a Nuestros Hijos es:

Amor, Conocimiento y un Planeta en el que Puedan Vivir".

Ya sé que defender un árbol, una flor, buscar una papelera para tirar el papel del bocadillo, o un contenedor para reciclar una lata es un discurso manido y pocas veces escuchado, pero si lo hacemos damos ejemplo a nuestros jóvenes, a nuestros hijos, o al que lanza esa lata a la acera, quizá el discurso no sea escuchado, pero quizá los actos sean retenidos:

"Produce una inmensa tristeza pensar que la naturaleza habla
mientras el género humano no la escucha."

Desde el principio de los tiempos hemos vivido a expensas de lo que nuestro planeta nos ha ofrecido, antes de tantas industrialización, antes de tanta globalización, antes de tanto estado del bienestar teníamos claro un precepto que en los últimos siglos hemos perdido, el de qué;

"La tierra no es del hombre, el hombre es de la tierra."

En estos últimos siglos, y de cada vez más rápidamente, parece que tenemos una prisa enorme en ir agrediendo nuestro lugar de vida en el Universo, cada vez son más los mensajes de concienciación que nos enviamos, campañas de sensibilización, acuerdos entre naciones, acuerdos entre compañías, protocolos varios, etc., pero donde están los resultados, donde se ve lo que se consigue, quien controla a los especuladores del medioambiente, quien pone precio a las matanzas de ballenas, de focas, de atunes, que precio medioambiental tiene un vertido de millones de toneladas de crudo en el océno, quien puede decir lo que cuesta a nuestro planeta los miles de hectáreas quemadas cada año para servir como terrenos de cultivo, o al servicio de intereses inmobiliarios, quién impide que energías limpias y baratas salgan al mercado, quien cierra el grifo a los países menos desarrollados dándoles migajas en forma de compensaciones mientras sus habitantes mueren de hambre y las despensas de esos países están llenas de productos que se están pudriendo porque no se consumen.

"Hay suficiente en el mundo para cubrir las necesidades de todos los hombres, pero no para satisfacer su codicia."

Hay tantos porqués que uno no sabe con cuales quedarse, pero mientras esos porqués se resuelven, más rápida que lentamente nos estamos cargando nuestro planeta, nuestra fuente de vida, y olvidamos que;

"Se puede vivir dos meses sin comida y dos semanas sin agua, pero sólo se puede vivir unos minutos sin aire."

No creáis que este post es un sermón moralista, sencillamente son mis ideas, creo que cada uno tenemos las nuestras, hoy me he decidido a exteriorizarlas, quizá como parte de ese compromiso interior al que he llegado, un compromiso con este planeta que me vio nacer, y que me gustaría fuera disfrutado por muchas generaciones posteriores.

Un saludo a todos.



Texto y fotos; Miguel Adrover Caldentey

miércoles, 21 de julio de 2010

Carta del Gran Jefe Seattle

Después de unas semanas de pleno contacto con la naturaleza, uno de nuevo se conciencia de la necesidad de preservarla, de seguir luchando por ella, de sentirla como nuestra y defenderla, de seguir los caminos marcados por otros muchos que en su día la amaron e intentaron inculcarnos ese amor por ella, por eso, en mi primera entrada del blog después de vacaciones, os invito a leer una carta, seguro que muchos ya la conoceis, peró no va mal recordarla de vez en cuando.

CARTA DEL JEFE INDIO SEATTLE, AL SEÑOR FRANKLIN PIERCE, PRESIDENTE DE ESTADOS UNIDOS


En 1854, el Gran Jefe Blanco de Washington hizo una oferta por una gran extensión de tierras indias, prometiendo crear una reserva para el pueblo indígena. La respuesta del Jefe Seattle, ha sido descrita como la declaración más bella y más profunda jamás hecha sobre el medio ambiente.
 
¿Cómo se puede comprar o vender el firmamento, ni aún el calor de la tierra? Dicha idea nos es desconocida. Si no somos, dueños de la frescura del aire ni del fulgor de las aguas, ¿cómo podrán, ustedes comprarlos? Cada parcela de esta tierra es sagrada para mi pueblo, cada brillante mata de pino, cada grano de arena en las playas, cada gota de rocío en los bosques, cada altozano y hasta el sonido de cada insecto es sagrado a la memoria y al pasado de mi pueblo. La savia que circula por las venas de los árboles lleva consigo las memorias de los pieles rojas-.
Los muertos del hombre blanco se olvidan de su país de origen cuando emprenden sus paseos entre las estrellas, en cambio, nuestros muertos nunca pueden olvidar esta bondadosa tierra, puesto que es la madre de los pieles rojas. Somos parte de la tierra y asimismo, ella es parte de nosotros. Las flores perfumadas son nuestras hermanas, el venado, el caballo, la gran águila, éstos son nuestros hermanos. Las escarpadas peñas, los húmedos prados, el calor del cuerpo del caballo y el hombre, todos pertenecemos a la misma familia. Por todo ello, cuando el Gran Jefe de Washington nos envía el mensaje de que quiere comprar nuestras tierras, nos está pidiendo demasiado. También el Gran Jefe nos dice que nos reservará un lugar en el que podamos vivir confortablemente entre nosotros. El se convertirá en nuestro padre y nosotros en sus hijos. Por ello estamos considerando su oferta de comprar nuestras tierras.
Ello no es fácil ya que esta tierra es sagrada para nosotros. El agua cristalina que corre por ríos y arroyuelos no es solamente el agua sino también representa la sangre de nuestros antepasados. Si les vendemos nuestras tierras, deben recordar que son sagradas y a la vez deben enseñar esto a sus hijos y que cada reflejo fantasmagórico en las claras aguas de los lagos cuenta los sucesos y memorias de las vidas de nuestras gentes.
El murmullo del agua es la voz del padre de mi padre. Los ríos son nuestros hermanos y sacian nuestra sed, son portadores de nuestras canoas y alimentan a nuestros hijos. Si les vendemos nuestras tierras ustedes deben recordar y enseñarles a sus hijos que los ríos son nuestros hermanos y también lo son suyos y, por lo tanto, deben tratarlos con la misma dulzura con que se trata a un hermano. Sabemos que el hombre blanco no comprende nuestro modo de vida. El no sabe distinguir entre un pedazo de tierra y otro, ya que es un extraño que llega de noche y toma de la tierra lo que necesita. La tierra no es su hermana sino su enemiga y una vez conquistada sigue su camino, dejando atrás la tumba de sus padres sin importarle. Le secuestra la tierra a sus hijos. Tampoco le importa. Tanto la tumba de sus padres como el patrimonio de sus hijos son olvidados.
Trata a su madre, la tierra, y a su hermano, el firmamento, como objetos que se compran, se explotan y se venden como ovejas o cuentas de colores. Su apetito devorará la tierra dejando atrás sólo un desierto. No sé, pero nuestro modo de vida es diferente al de ustedes. La sola vista de sus ciudades apena los ojos del piel roja. Pero quizás sea porque el piel roja es un salvaje y no comprende nada. No existe un lugar tranquilo en las ciudades del hombre blanco, ni hay sitio donde escuchar cómo se abren las hojas de los árboles en primavera o cómo aletean los insectos. Pero quizás también esto debe ser porque soy un salvaje que no comprende nada. El ruido parece insultar nuestros oídos. Y, después de todo ¿para qué sirve la vida si el hombre no puede escuchar el grito solitario del chotacabras ni las discusiones nocturnas de las ranas al borde de un estanque? Soy un piel roja y nada entiendo. Nosotros preferimos el suave susurro del viento sobre la superficie de un estanque, así como el olor de ese mismo viento purificado por la lluvia del mediodía o perfumado con aromas de pinos. El aire tiene un valor inestimable para el piel roja ya que todos los seres comparten un mismo aliento, la bestia, el árbol, el hombre, todos respiramos el mismo aire. El hombre blanco no parece consciente del aire que respira; como un moribundo que agoniza durante muchos días es insensible al hedor.
Pero si les vendemos nuestras tierras deben recordar que el aire nos es inestimable, que el aire comparte su espíritu con la vida que sostiene. El viento que dio a nuestros abuelos el primer soplo de vida, también recibe sus últimos suspiros. Y si les vendemos nuestras tierras, ustedes deben conservarlas como cosa aparte y sagrada, como un lugar donde hasta el hombre blanco pueda saborear el viento perfumado por las flores de las praderas. Por ello estamos considerando su oferta de comprar nuestras tierras. Si decidimos aceptarla, yo pondré condiciones: El hombre blanco debe tratar a los animales de esta tierra como a sus hermanos. Soy un salvaje y no comprendo otro modo de vida. He visto a miles de búfalos pudriéndose en las praderas, muertos a tiros por el hombre blanco desde un tren en marcha. Soy un salvaje y no comprendo cómo una máquina humeante puede importar más que el búfalo al que nosotros matamos sólo para sobrevivir. ¿Qué seria del hombre sin los animales? Si todos fueran exterminados, el hombre también moriría de una gran soledad espiritual; porque lo que le suceda a los animales también le sucederá al hombre. Todo va enlazado.
Deben enseñarle a sus hijos que el suelo que pisan son las cenizas de nuestros abuelos. Inculquen a sus hijos que la tierra está enriquecida con la vida de nuestros semejantes a fin de que sepan respetarla. Enseñen a sus hijos que nosotros hemos enseñado a los nuestros que la tierra es nuestra madre. Todo lo que le ocurra a la tierra le ocurrirá a los hijos de la tierra. Si los hombres escupen en el suelo, se escupen a sí mismos. Esto sabemos: La tierra no pertenece al hombre; el hombre pertenece a la tierra. Esto sabemos, todo va enlazado, como la sangre que une a una familia. Todo va enlazado. Todo lo que le ocurra a la tierra, le ocurrirá a los hijos de la tierra. El hombre no tejió la trama de la vida; él es sólo un hilo. Lo que hace con la trama se lo hace a sí mismo. Ni siquiera el hombre blanco, cuyo Dios pasea y habla con él de amigo a amigo, no queda exento del destino común. Después de todo, quizás seamos hermanos. Ya veremos.
Sabemos una cosa que quizás el hombre blanco descubra un día: nuestro Dios es el mismo Dios. Ustedes pueden pensar ahora que El les pertenece lo mismo que desean que nuestras tierras les pertenezcan; pero no es así. El es el Dios de los hombres y su compasión se comparte por igual entre el piel roja y el hombre blanco. Esta tierra tiene un valor inestimable para El y si se daña se provocaría la ira del Creador. También los blancos se extinguirían, quizás antes que las demás tribus. Contaminen sus lechos y una noche perecerán ahogados en sus propios residuos. Pero ustedes caminarán hacia su destrucción rodeados de gloria, inspirados por la fuerza del Dios que los trajo a esta tierra y que por algún designio especial les dio dominio sobre ella y sobre el piel roja. Ese destino es un misterio para nosotros, pues no entendemos por qué se exterminan los búfalos, se doman los caballos salvajes, se saturan los rincones secretos de los bosques con el aliento de tantos hombres y se atiborra el paisaje de las exuberantes colinas con cables parlantes. ¿Dónde está el matorral? Destruido. ¿Dónde está el águila? Desapareció. Termina la vida y empieza la supervivencia.
 
Quizá llegue un día que realmente comprendamos la gran verdad que dejo escrita el Gran Jefe Indio
 
Un saludo a todos

Fotos; Miguel Adrover Caldentey