martes, 8 de junio de 2010

El parto de la ánfora

Todos conocemos historias de timos, todos estamos sobre aviso, pero, hoy en día, siguen existiendo en la calle. Los vemos anunciados en periódicos, en medios de comunicación, en Internet, se presentan en formas de hechiceros, de chamanes, de sanadores, de príncipes de exóticos países, de agentes inversores, de mil maneras, siempre con el mismo objetivo, hacernos creer que somos una especie de elegidos por haber topado con ellos, ya que serán capaces de solucionar todos nuestros problemas, ya sean personales, económicos, sociales, financieros y hasta los que la medicina no puede sanar.
Siempre terminaremos odiando nuestra ingenuidad al descubrir que la verdadera razón de su cercanía, es la de apropiarse de un modo fácil de nuestro dinero.

La siguiente historia trata sobre esta situación de una manera muy significativa y a la vez muy ilustrativa.



Una tarde, aquel hombre recién llegado al barrio, pidió prestada una olla a su vecino, ya que según él, le hacía falta urgentemente. El vecino no era, precisamente, uno de los más solidarios de la zona, pero la insistencia de aquel hombre y el hecho de ser un recién llegado al vecindario y además, el vecino más cercano, hizo que se encontrase prácticamente obligado a prestársela.

—Únicamente será por un día, no te preocupes amable vecino.

Pasó que al cabo de cuatro o cinco días, todavía no le había devuelto la olla, esta situación le tenía preocupado, por lo que decidió acercarse a casa de su nuevo vecino a reclamarle lo que era suyo, decidido a cantarle las cuarenta, como vulgarmente se dice, si fuera necesario.

Cuando le abrieron la puerta, el vecino no mostró sorpresa alguna al verle, es más, casi parecía estar esperando su visita.

—Quería devolvértela hoy o mañana a más tardar, te la hubiera llevado a casa antes, pero es que el parto fue tan difícil.

—Parto, ¿Qué parto?

—¿Qué parto va a ser? El de la olla.

—¿Qué? —Preguntó totalmente asombrado aquel hombre, que

cada vez iba entendiendo menos cosas.

—O no sabías que la olla estaba embarazada.

—¡Embarazada! —No entendía nada.

—Si, la misma noche en que me la llevé tuvo descendencia. Fue un parto difícil, por eso ha debido guardar reposo unos días, pero no te preocupes, ya está completamente recuperada, fue muy valiente. Espera un segundo.

Y entrando en casa fue a buscar la olla, a los pocos segundos volvió a salir con ella, una jarrita y una pequeña sartén.

—Esto no es mío —dijo el que se la había prestado—, únicamente la olla me pertenece.

—Ah no, si la madre es vuestra, justo es que las hijas también.

El propietario de la olla, al ver la decisión de su vecino, y pensando que podía estar aquejado de cualquier tipo de locura, o que sencillamente era tonto, pensó que sería mejor seguirle la corriente, no fuera cosa de que llevándole la contraria se pusiera nervioso, o quizá furioso.

A pesar de sus reticencias, cogió la olla, la jarrita y la pequeña sartén y volvió con las tres piezas a casa.

Al cabo de unas semanas, el mismo vecino volvió a aparecer por su casa, solicitando por favor que le prestara un destornillador y una prensa, que necesitaba para hacer una estantería que tenía empezada, ya que sin ambas piezas no podía terminar. El dueño no supo que excusa ponerle para decirle que no, por lo que finalmente accedió a prestárselas.

Pasó casi una semana hasta que el vecino volvió a devolvérselas, aunque consigo llevaba también una canastilla.

—El destornillador y la prensa se han liado juntos, lo siento, supongo que fue un descuido mío, pero durante estos días ella quedó embarazada y he aquí su descendencia, —y levantando la tapa de la canastilla le enseñó un buen puñado de puntas, alcayatas y tornillos.

El vecino que le había prestado las herramientas volvió a pensar,

—Está loco como una cabra, está como una regadera, estaría mejor encerrado—, pero como siempre viene bien tener alcayatas, tornillos y puntas en casa, alargó la mano, y lo cogió todo.

No habían pasado muchos días cuando volvió para pedirle prestado un pico, tenía que cavar y lo necesitaba para romper unas piedras.

A la semana, cuando se lo devolvió, venía acompañado de dos martillos.

—Tuvo gemelos —dijo.

Y así fue sucediendo con cada objeto, con cada herramienta, con todo lo que le pedía prestado, cada vez al devolvérselos, había descendencia añadida.

Llegó un momento que ya no pedía explicaciones, únicamente esperaba que llegara de nuevo para ver qué le pediría esta vez, o mejor dicho, para ver qué sería lo que le devolvería.

Un día, llegó a su puerta y le dijo:

—Apreciado vecino, ya se que abuso mucho de ti, pero, ¿te sabría mal prestarme esta ánfora de oro que tienes sobre la mesa? no te preocupes, será únicamente por una noche.

Se le iluminaron los ojos al pensar en lo que recibiría cuando se la devolviese, como mínimo unos anillos y una pulsera de oro, quizá también una gargantilla.

—Faltaría más, buen vecino. Y si tienen que ser dos noches, ya sabes que no tienes porque preocuparte, ve tranquilo—, le dijo entregándole el ánfora.

Paso el tiempo, cinco, seis días, una semana, diez días y el ánfora no había sido devuelta, aquel hombre ya no podía más. Decidido, se fue a casa del vecino:

—Y mi ánfora.

—No me atrevía a venir porque no tengo palabras para explicarte mi dolor. No sabes cuánto siento su muerte, no pudo resistir el parto, por un momento creí que lograría salir adelante, hicimos todo lo que estaba en nuestras manos. Te prometo que luchamos para que se salvara, pero no hubo nada que pudiéramos hacer.

Y el hombre estalló, —Te has creído que soy tonto, no hagas que me enfade, como quieres que me crea que el ánfora de oro estaba embarazada y que murió durante el parto —dijo gritando ya.

—Mira vecino, has aceptado el embarazo, parto y descendencia de la olla, la boda y los hijos del destornillador y la prensa, los gemelos del pico y todos los demás aumentos de familia que se han producido cuando me has prestado algo, ¿por qué no ibas a aceptar ahora la muerte durante el parto del ánfora?





Texto y foto; Miguel Adrover Caldentey

(Extracto del libro; Cuentos de sabiduría)

14 comentarios:

  1. Hola Miguel!!Genial amigo. me encantó, el ser humano llega a límites increíbles. Para reflexionar.
    Besossssss

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  2. jajajaja genial!!!
    si a uno lo engañan con semejante arte, tendría que ser aplaudido el timador.
    Excelente!

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  3. Excelente relato, que de alguna manera nos hace reflexionar de la realidad. Que hay muchos estafadores en busca de fortuna, los que le da pie a engañar a las personas de forma inimaginable.

    Un beso

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  4. Jajaja

    ¿Y quien estaba mas loco, el mentiroso o el que se lo creia ?

    Ambos estaban cortados x el mismo patron


    La avaricia rompe el saco


    Siempre un placer leerte Miguel!!!

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  5. Hola amigo Madroca,muy buena tu historia yo
    ya imaginaba el final,sabes yo nunca he creido
    en nada de esos echiseros o no se como llamarlos yo le llamo charlatanes,tampoco creo en tarot,ni ninguna payasada de esa es más a esos tipos les tengo mucho reselo,y despues de leer tu relato querido amigo menos,creeré
    gracias gracias por compartir tan interesante
    relato será una buena reflexión para los que te leemos.
    Un abrazo inmenso un plaser leerte que tengas un bello día.

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  6. muy bueno para reflexionar...
    un saludo

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  7. Personas que quieren aprovecharse de otras personas hay en todas partes, pero es curioso que para que alguien sea timado deba esconder un timador en su interior. El mundo nos devuelve nuestra naturaleza una y otra vez.
    Hola amigo mío. Te he echado de menos.

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  8. Me reí mucho, muy entretenido y didáctico...para tomar precauciones!

    Un abrazo Madroca!

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  9. waaaaaaaa por dios una olla asi!!1 es 0.o me quede con los ojos cuadrados, pero mmm bueno pues es medio extraño jajajaja :P em pz aaaa una olla embarazada wow

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  10. INGENUIDAD A PRUEBA! EXCELENTE EL TEXTO, MADROCA!

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  11. Madroca, que buena historia, me deja reflexionando. Te dejo saludos y un beso, cuidate amigo.

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  12. Madre mia que pasada...muchas lecturas de esta reflexión, cuento, historia....¿realidad?
    Mi aplauso
    Mis abrazotes

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  13. jajajaja qué bueno, ay la avaricia...

    Besos

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  14. Conocía el cuento, pero me encantó volver a leerlo.

    Saludos.

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